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Todo está sujeto a interpretaciones, por lo tanto la realidad es subjetiva y las formas de pensar y vivir son caóticas y conflictivas. El pensamiento enmascara a menudo la verdad de los hechos. La realidad ya no puede ser objetiva. Todo pasa por el filtro del pensamiento y el individuo deja de observar los hechos tal como son.

domingo, 4 de marzo de 2018

La tiranía de las religiones políticas - Esteban Vidal

El primer error que cometemos es dividir sociedad e individuo en tanto en cuanto el individuo es a la socidedad lo que la sociedad al individuo, es decir, sin individuos no podría haber sociedad y tampoco sociedad sin individuos. Ahora bien, el problema surge cuando por ejemplo asociamos sistema -Capitalismo- con sociedad "el sistema es la sociedad", en este caso no puede haber sociedad con individuos atomizados, porque los individuos atomizados ya no pueden ser individuos, por lo tanto cuando nos referimos al sistema como sociedad, la sociedad no es sociedad como tal, digamos que es una masa de seres atomizados. De manera que el individuo es sociedad cuando ya no está dividido, o cuando se produce un equilibrio entre la esfera privada o personal que ahora sí atañe a la verdadera política y por lo tanto a la esfera pública. Es decir, no se trata tanto de señalar si lo personal o privado es político o público sino de que no existan conflictos entre la esfera privada y pública del individuo.






"En la actualidad el sistema de dominación no deja que las personas podamos decidir sobre nuestras vidas, y con ello elegir cómo queremos vivir. No somos libres a nivel individual debido a nuestra falta de autonomía, lo que hace que tampoco lo seamos a nivel colectivo. Una minoría decide el tipo de vida que somos forzados a llevar al someternos a sus dictados, los cuales se extienden a casi todos los aspectos de la vida. De hecho vemos que el sistema de dominación ha extendido su control a la práctica totalidad de las esferas de la vida humana. Para el sistema únicamente somos recursos, y por tanto útiles y funcionales en la medida en que somos obligados a adoptar una forma de vida que nos adapta a sus intereses definidos en términos de poder. Así pues, lo personal es político por pura imposición exterior que hace que no tengamos el control sobre nuestra propia vida, lo que nos convierte en seres alienados y desposeídos.
El hecho de que lo personal sea político no significa que ello sea deseable. Si lo personal es político es para que el individuo no pueda decidir cómo quiere vivir su vida, para que sean otros los que le impongan una forma de vida que es considerada la correcta y de este modo controlarle. En la sociedad de clases actual es una minoría mandante la que decide qué vida debe llevar el sujeto, para lo cual le ofrece unas opciones de vida limitadas y reguladas en función de unos parámetros preestablecidos de los que no puede salirse.
Pero además del sistema nos encontramos con que la religión, y especialmente las nuevas religiones políticas, persigue igualmente imponerle al individuo una determinada forma de vida. Desde tiempos inmemoriales todas las religiones, en nombre de algún ideal, han tratado, y aún tratan, de decirle al individuo cómo debe vivir su vida. Un caso particular es el de las religiones políticas que pretenden luchar contra el sistema, y que en nombre de esa lucha y del ideal o ideales que las inspiran buscan imponerle al individuo un tipo determinado de vida. Esto se fundamenta en la premisa de que lo personal es político, algo que no sólo no es cuestionado sino que además es reafirmado al exigir a quienes se adhieren a esta lucha que, en nombre de la coherencia, adopten la forma de ser, pensar, sentir, actuar y, por tanto, de vivir que se supone que es acorde con los ideales de la religión política en cuestión.
De esta forma descubrimos que estas religiones, a veces en nombre de la libertad, no aspiran precisamente a emancipar a la humanidad, sino que por el contrario reproducen las mismas dinámicas de dominación del sistema al reafirmar el carácter político de lo personal en la medida en que persiguen someter esta esfera de la vida humana a sus preceptos ideológicos. Esto supone mantener al individuo en su condición de sujeto sometido al negarle la capacidad de decidir cómo quiere vivir su vida, porque lo que realmente se quiere es imponerle una determinada forma de vida que es considerada la correcta. E inevitablemente esto lleva aparejada la dominación ejercida por los políticos disfrazados de apóstoles, santones, profetas y mesías de la religión política. Los mismos que sermonean al público para convertirlo en grey a la que pastorear al decirles lo que tienen que hacer, pensar, sentir, etc., y para lo que no dudan en pontificar, sentar cátedra, establecer dogmas de fe, censurar, repartir carnés y sobre todo inocular en la comunidad de fieles el sectarismo, el autoodio, el complejo de inferioridad, el sentimiento de culpa, la autocomplacencia ideológica, además de toda clase de autorrepresiones.
La religión es, por definición, contraria a la vida porque pone a la persona al servicio de los ideales o dogmas que fundamentan dicha religión. El individuo queda reducido a la condición de instrumento al servicio de unas ideas, de unos determinados proyectos de ingeniería social y política, y de los jefes intelectuales de la religión. Así se ejerce el sometimiento al mismo tiempo que el sujeto también es anulado, deshumanizado y despersonalizado hasta el punto de ser convertido en parte de una masa informe y homogénea cuya identidad le ha sido impuesta desde el exterior. Con todo esto se le niega al individuo la posibilidad de elegir cómo quiere vivir su vida.
La lucha contra el sistema y contra aquello que del sistema pueda haberse interiorizado no es necesariamente una lucha por la libertad, sino que en el marco de las religiones políticas se trata de una lucha por imponer en la esfera personal una forma de vida diferente a la que el sistema vigente también impone. Es, por tanto, la reproducción y recreación de la dominación bajo una forma distinta en la que esta es presentada como buena, correcta y en última instancia emancipadora. Pero en la práctica son levantados nuevos muros que encadenan a la persona y le niegan su libertad más básica que es la de administrar su propia existencia, y al hacer esto también se le niega su humanidad al quedar reducida a la condición de esclava de unas ideas y de sus intérpretes autorizados.
Frente a las religiones políticas y sus representantes sólo cabe la desobediencia, la herejía, la apostasía, el sacrilegio, la insumisión y la rebeldía. Pero especialmente todo cuanto afirma la vida, todo cuanto la engrandece, todo cuanto sirve a la humanidad, y por tanto todas aquellas ideas que están al servicio de la humanidad y que no pretenden poner a esta a su servicio para la consecución de sus propias metas. Porque todo lo que somete degrada, deshumaniza y envilece, que es lo que hacen todas las religiones, sean políticas o no. Estas ahogan la vida, la asfixian a causa del sometimiento que ejercen sobre el individuo que, al carecer de libertad, no puede decidir sobre su existencia, y por tanto no puede autodeterminarse para desarrollarse plenamente como persona. Despojado de su mismidad únicamente es un instrumento, un medio, al servicio de fines que le son ajenos.
La respuesta al sistema y a la situación deshumanizadora que genera, si quiere ser emancipadora, pasa necesariamente por la afirmación del propio individuo, y consecuentemente por la recuperación de su autonomía para decidir sobre su propia vida y cómo quiere vivirla. Esto significa recuperar lo personal y devolverlo a la esfera de lo preopolítico, a aquello que es anterior a la política y que constituye el espacio en el que la persona se construye a sí misma en ejercicio de su autonomía, donde se dota de una personalidad y de una identidad, y por tanto donde ejerce su autodeterminación. Significa despolitizar lo personal, pues no todo es política porque no conviene que todo lo sea si queremos ser libres.[1]Se trata de la conquista de la libertad que sólo es posible junto a los demás, pues no hay libertad sin igualdad, es decir, en la medida en que todos somos igual de libres, y por tanto en la medida en que todos disfrutamos del mismo grado de autonomía.[2]
En el marco de la sociedad de clases el grado de libertad que eventualmente puede alcanzarse, tanto a nivel individual como colectivo, es limitado debido a que no es una sociedad libre. La dominación es total pero nunca llega a ser absoluta, por lo que siempre existen zonas de sombra que quedan al margen de la administración del sistema, y que por ello mismo permiten al individuo dotarse de pequeñas parcelas de libertad sobre las que articular su propia esfera personal a partir de la que autoconstruirse junto a sus iguales. Sin embargo, la revolución es el único camino para que el individuo pueda disponer de sí mismo enteramente, sin limitaciones o cortapisas de ningún tipo, para llegar a ser libre junto a sus semejantes. La revolución que ponga fin al Estado, la propiedad privada y la sociedad de clases es la que generará esas condiciones para que la libertad florezca y se desarrolle plenamente."
Esteban Vidal
Notas
[1] Es recomendable la lectura del artículo “La política en nuestras vidas” que pone de manifiesto que no todo en la vida es política, lo que resulta muy acertado y a lo que habría que añadir, como se ha dicho, que además no es deseable que todo sea política. https://www.portaloaca.com/opinion/4506-la-politica-en-nuestras-vidas.html
[2] Sobre la libertad y la igualdad en el terreno social y político emplazamos a leer https://www.portaloaca.com/articulos/politica/9583-izquierda-y-derecha-las-dos-caras-del-sistema-de-dominacion.html

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